Las palabras, esos seres tan esquivos y tan necesarios

 

Una joven e inexperta traductora busca un cambio de aires y una casa barata en una pedanía (del sur, aunque nunca se explicita; pero hay secano, encinas, alcornoques, un perro que se llama Sieso). Es un lugar sin encanto donde se reúne un puñado de personajes variopintos y bastante siniestros: el hippie, el alemán, los vecinos habitantes de El Chaletito, una pareja de ancianos —ella, enajenada—, la desidiosa chica de la única tienda. El casero, sucio, violento y grosero, cuya visita mensual sacude a Nat cada vez. Sobrevuela una sensación de confusión; como si la joven no acabara de comprender las claves de esta “comunidad”. A raíz de una insólita petición, entabla una relación sexual con el alemán que ni ella misma comprende. Siempre que la lectora pareciera aprehender algún personaje (a través de lo que este revela, relata: a fin de cuentas, no hay otra manera de conocer), este se vuelve a escapar hacia un terreno difuso. El propio título, tan manido en apariencia, se las trae: Un Amor. Un amor. Como diciendo: lo llamaremos así por llamarlo de alguna manera. Porque las palabras no alcanzan. Aunque se manejen con tanto rigor y tanta conciencia como lo hace ella: Sara Mesa. Insobornable creadora de mundos propios desasosegantes. La que consigue que se me vaya la mano detrás de cada libro nuevo que saque, sin dudarlo.


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