Inuit significa "la gente"

En los últimos tiempos, han venido a mi encuentro diversos libros (y, por extensión, películas y músicas: sigan leyendo) que hablan de aquel vasto norte desconocido, sobre todo de Canadá, tradicionalmente habitado por los grupos inuit y métis. Tenían estos una cosmovisión muy peculiar, anclada en su estrecha vinculación con los animales y la naturaleza y eran nómadas. Hasta que los gobiernos, con las religiones, la educación reglada y el mal llamado progreso por estandarte, lograron anular en gran parte estas costumbres, convirtiendo a estos pueblos originarios en usuarios de la seguridad social deculturizados con problemas con el alcohol y escasas perspectivas de futuro. De ello habla la quebequense Juliana Léveillé-Trudel en su novela breve Nirliit. La narradora –evidente alter ego de la autora-- es una joven que cada verano vuela a Salluit, cerca del círculo ártico, donde se empeña en actividades socioeducativas con los jóvenes inuit. Ella es consciente de su situación de forastera privilegiada que pasa en la zona los dos meses de la luz eterna y los paisajes de belleza sobrecogedora y agarra el avión de vuelta cuando comienza la noche perpetua: al igual que los gansos de nieve, nirliit en inuktitut. En la primera parte se dirige a su amiga inuit Eva, que ha desaparecida y cuyo cadáver, probablemente víctima de la violencia de género, nunca se encontrará. En la segunda, habla a Elijah, el hijo de Eva, que se convierte en padre a muy temprana edad y que trata de asumir la relación de su compañera con otro hombre, un trabajador de la construcción temporero llegado del sur. El texto rezuma un gran amor por los inuit, un amor compuesto de respeto, admiración y tristeza.
Kuessipan, de Naomi Fontaine, es un librillo poético, fino, leve, y no por lo que cuente (recuerdos de costumbres, imágenes), sino por cómo se cuente (párrafos en apariencia inconexos en primera, segunda, tercera persona, sin nombres; leves como una acuarela, exactos como un dibujo a plumilla). Un libro que habrá que releer para captar los matices y componer el puzle que crea la autora, de la vida en una reserva. Un aire, un ambiente, una inmersión: es lo que le queda a una de esta lectura. Por tanto, la película homónima, de Myriam Verreault —estupenda a su manera y disponible en filmin— no puede posiblemente estar más que “libremente inspirada” en este libro que es literatura pura.
Y todo empezó con Mestiza, una impresionante autobiografía original de los años setenta. Cuando Maria Campbell la escribió contaba tal sólo con poco más de treinta años y desde los doce, cuando su madre murió en el parto del octavo de los hermanos, había estado al cargo de la familia, tratando con todas sus fuerzas de mantenerla unida. Después, pasó por un sinfín de penurias inimaginables (drogadicciones varias, prostitución, maltrato) que describe con detalle pero sin dramatismo. Si existe el concepto de la resiliencia, desde luego se vería encarnado en esta escritora y lúcida activista por los derechos de los pueblos indígenas que, si hemos de creer la foto de la solapa, devino una hermosísima y poderosa anciana.
También han salido en estos meses dos libros del padre de los trabajos etnográficos sobre los inuit, el groenlandés Knud Rasmussen. Por una parte, los hallazgos de su gran expedición entre 1921 y 1924, Aua. Y por otra, los Mitos y leyendas inuit que recopiló. Por fin, el gran Joe Sacco, que hace periodismo social y político a través de la historia gráfica, sacó Un tributo a la tierra que denuncia el “genocidio cultural” contra los Dene.
Y eso que no les he hablado aun de Elisapie, cuyo nombre se menciona en una nota de Nirliit. Ella es una inuit canadiense que hace documentales, pero sobre todo música —!¡y de qué manera!— usando su lengua materna e inspirándose en los cánticos de su gente.
De modo que: saquen el atlas (quienes aun tengan un atlas de papel) y a viajar a través de los libros, ahora que no podemos hacerlo en la realidad. Que sale más barato y encima crea menos emisiones CO2.


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