La vejez es un disfraz y los mismos viejos son los únicos capaces de ver lo que oculta
A May Sarton —poeta, diarista y novelista— la conocíamos como la autora de Mrs.
Stevens hears the Mermaids singing, novela de los años sesenta y que forma
parte del canon lesbiano desde una época cuando dicho canon era bien escueto. De
un tiempo a esta parte, la editorial Gallo Nero se ha encargado de editar
puntualmente sus diarios escritos entre 1957 y 1983, a falta de los últimos,
que llegan hasta su muerte en 1995. En todos ellos se repiten ciertos temas:
contemplaciones sobre la vida en solitario, la lucha por una vida de creación,
el amor por la naturaleza (una naturaleza domesticada, de jardín y mascotas),
el disfrute de las cosas sencillas, los amores pasados, las relaciones, el paso del tiempo, el
envejecer. De modo que la señorita Spencer —Caro—, la protagonista de Lo que somos ahora, no parece otra cosa que un trasunto de la propia autora: una
mujer culta, con una rica vida interior que, tras sufrir un infarto, es
relegada por su familia a una residencia. Allí observa cómo su vida se estrecha,
gracias a los malos tratos de las responsables de la residencia (“He dedicado mi primer estudio a las dos
mujeres que me tienen bajo su dominio. Las he observado como si fueran arañas o
ratones. Lo mejor es considerarlas seres muy alejados de los humanos, especies
remotas que crecen gracias a la desesperanza y la impotencia de los débiles”)
y la falta de autonomía y poder de decisión (“No
soy una loca, sólo una vieja… Estoy en un campo de concentración para viejos,
un lugar donde la gente arroja a sus padres o parientes exactamente igual que a un basurero”). Poco a poco su
cuerpo va cediendo y para mantener despejada su mente decide llevar un diario,
que llama “El libro de los muertos”. (“Una vez llegué a creer que era posible
estar viva en este sitio, en parte para poder narrar aquí la experiencia”).
Maravilla la capacidad de Sarton de ponerse en la piel de su alter ego: recordemos que escribió el libro a los sesenta años y que le quedaban por
delante muchos más de una vida autónoma y de rica actividad creativa. A Caro
Spencer, en cambio, sólo le queda cultivar ese “sitio muy hondo de [su] interior donde todavía hay fuego, aunque sólo
sea el fuego de la ira y la repulsión”… Un librillo tremendo lleno de dolorosa perspicacia.
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