Mantener la dignidad

Cualquiera sabe qué me condujo a leer las dos obras anteriores disponibles en castellano de la brasileña Ana Paula Maia, De ganados y hombres y Carbón animal. Ambas tienen en común un mundo pragmático, duro, violento pero de reglas sencillas en que trabajan hombres parcos en palabra, en faenas siempre relacionadas con la muerte y el fuego. También comparten –y recién ahora me doy cuenta— al protagonista, Edgar Wilson: en la primera novela, este ejerce de aturdidor en un matadero de reses; en la segunda, de minero de carbón. Aquí, en Entierre a sus muertos, Edgar se encarga de retirar los animales atropellados en las carreteras, para llevarlos a un depósito donde son triturados y convertidos en abono. Lo hace con la tranquila pericia que lo caracteriza; él es “un hombre simple que ejecuta sus tareas”. Un día, sin embargo, topa con el cadáver de una mujer; ninguna ambulancia ni coche fúnebre están disponibles en este país pobre, caótico y corrupto que podría ser Brasil o cualquier otro. Y Edgar toma una decisión que lo lleva, junto con su compañero ex cura, a emprender un delirante periplo para asegurar un digno entierro de la muerta. Y creo que acabo de descubrir el motivo de mi fascinación por esta autora (más allá de cierto aire seco, desnudo, cormacmccarthiano): es la enorme dignidad de su personaje que, entre agotadoras horas de trabajo, cafés negros bien cargados, cigarrillos fumados con fruición y platos de comida grasienta, es capaz de mantener un orden en sus prioridades y, llegado el caso, jugársela para actuar en consecuencia con sus convicciones más íntimas, su intrínseca piedad con los demás seres de este mundo. Sean estos animales o humanos: a fin de cuentas, en tanto que cuerpos, tampoco es tanta la diferencia.