Esto no es la recensión de un libro (con el permiso de Magritte)


Todo –como las mejores cosas de la vida— empezó con un libro: el recién salido Cuerpos marcados (Vidas que cuentan y políticas públicas), una recopilación de Lucas R. Platero y Silvia López, de textos de autoras de habla hispana que se preguntan de qué modo la acción política e institucional determina qué vidas son merecedoras de ser protegidas y cuidadas: dignas de ser vividas. Y cuáles no lo son. Si pinchan en "documento  adjunto" aquí pueden asomarse al índice y a la excelente introducción, y convencerse de la importancia de la publicación.
Esta mañana, hablando con Nina delante de una cervecita (sin alcohol) sobre el libro, sobre esto y aquello, surgieron los múltiples y cada vez más rebuscados imperativos estéticos que sobre nuestros cuerpos nos vende el Sistema (cosa poco sorprendente, dada la temática de la futura tesis de Nina y sus exhaustivos conocimientos en el campo). Depilaciones, cosméticos, cirugías estéticas varias, brackets mucho más allá del cenit de la vida, narices estandarizadas, tetas aumentables o reducibles, colores de piel que no se salgan de una gama normativa, capacidad funcional. Todo ello de un modo cada vez más globalizado, incluso más accesible para todos los bolsillos, y que se ostenta sin pudor como un coche última gama. Nuestros cuerpos como un lienzo blanco sobre el cual diseñar(nos) a voluntad; siempre que tengamos las posibilidades económicas necesarias. Y así, saltando de una cosa a otra, Nina me habló de un anuncio de una conocida cadena de gimnasios de esta ciudad, que junto a la imagen de una señora estupenda de brazos y busto tonificados luce un enunciado bastante rebuscado y perverso. “Parece más joven”, dice (gracias a los 21 años de pertenencia al gimnasio, se entiende). Pero “Además lo es”. Como si las horas pasadas en la Peck Deck tuvieron el poder de pasar al carnet de identidad y a las células. No, no lo es. No podemos (ni queremos) echar atrás el marcador del reloj de nuestras vidas a voluntad o a golpe de tarjeta de crédito. Tenemos la edad que tenemos, con las arrugas, las flaccideces, las cicatrices, los olvidos que le corresponden. Ah, por cierto: el análogo masculino de Coté (vaya nombrecito), Francisco, sigue pareciendo y siendo más joven, incluso a sus 75 tacos y con sus incontables arrugas. El doble estándar del envejecimiento... pero esto ya es otra historia.

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