Ser parte de lo imposible

Llevaba bien más de tres meses confinada en un pueblo minúsculo. Han sido catorce semanas de una gloriosa vida espartana, sin pantallas, con la ropa justa, el acceso a comida y servicios justo, las relaciones humanas justas, libros y leña en cantidad suficiente. Viendo un cielo y un paisaje cambiantes, los corzos que se acercaban sin miedo, escuchando un silencio inaudito.
No quiero idealizar esta época y sé que, además, ha sido única e irrepetible: ojalá. Pero ahora no puedo menos que mirar algunas cosas con ojos perplejos y me gustaría practicar, más aún, un consumo y una conducta razonables. Otros que han aprovechado el parón obligado para reflexionar y han llegado a sus propias conclusiones, en este caso en lo que respecta a la loca carrera hacia adelante de la producción editorial, son mis queridos editores de Errata Naturae. Y así nos lo hacen saber en este magnífico y coherente manifiesto. Léanlo, por favor.

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