Amor, matrimonio y fecha de caducidad

En los últimos meses, la editorial Sexto Piso ha editado sendas novelas breves de Jane Smiley de quien recordamos vivamente, de hace años, varias novelas épicas de gran acogida: notablemente, Heredarás la tierra, que la hizo merecedora del premio Pulitzer. Los dos finos volúmenes recientes, La edad del desconsuelo (por cierto, Anna me recuerda que este estaba incluido en un libro que la desaparecida editorial Versal sacó antaño con el títulos La edad de la aflicción) y Un amor cualquiera son pequeños portentos de la sutileza psicológica. De alguna manera, muestran el derecho y el revés de una misma historia. En La edad del desconsuelo, la rutina de un matrimonio exitoso con tres hijas se ve repentinamente desbaratado por un comentario de ella que muestra su desconsolada decepción con su vida. Él, sospechando que tiene una relación con otro hombre, opta por tratar de “salvar los muebles” y finge que no pasa nada, lo cual da lugar a una serie de escenas tan descarnadas como divertidas. En Un amor cualquiera, en cambio, la confesa infidelidad de la protagonista lleva a un traumático divorcio que cambiará la vida de todos para siempre. Todo ello se cuenta de un modo elíptico, a veinte años de distancia, cuando las criaturas ya son adultas y el pasado, aunque marca inevitablemente las relaciones entre ellos, parece haber quedado atrás. Y aunque el meollo de la novela consiste en el relato de un recuerdo tremendo del pasado que descubre la hija mayor y que su madre ignoraba, lo que de verdad me sorprendió es esa actitud de una mujer resiliente que no arrastra culpas ni malas conciencias. “A lo largo de los últimos veinte años he aprendido a aceptar sólo lo que es posible y no lamentarme por lo demás”, dice Rachel en un momento determinado. Dos meditaciones sobre las relaciones de amor, pues, sobre la imposibilidad de que duren, sobre el matrimonio y sus rutinas, que se salen de lo pensable y que sorprenden y remueven, como hace la buena literatura. Si algo tuviera que reprocharles es que saben a poco, que el tema y los personajes daban para un aliento más largo. Y eso se lo dice una a quien llaman la reina de la concisión...


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