No es sexo, es poder

El consumo de la pornografía está en auge y, si hemos de creer a las amigas educadoras, constituye en gran medida la escuela para los (des)conocimientos afectivo-sexuales de la juventud actual. Cualquiera puede tener acceso a ella de manera gratuita, a través de un teléfono o un ordenador. Esta nueva pornografía, sostiene la socióloga Rosa Cobo en su flamante libro Pornografía (El placer del poder) es la “pedagogía” de la prostitución, dos sectores de una economía en el cruce entre lo legal y lo criminal donde se producen pugnas por la supremacía entre las élites patriarcales hegemónicas y nuevos grupos de varones propulsores de una economía criminal (maquilas, vientres de alquiler, explotación sexual, tráfico de drogas y armas), en un escenario globalizado. La pornografía es intrínsecamente misógina, sus narrativas la relacionan antes con el poder que con la sexualidad. Su propuesta eminentemente normativa reelabora una nueve feminidad, hipersexualizada y subordinada, frente a una masculinidad violenta y abusiva. 
Un libro contundente que gustará a las que ya están convencidas, no deja resquicio para el discurso de la libertad de expresión o de la ficción, hilvana con gran coherencia su argumentación y proyecta un panorama apocalíptico: “Las relaciones de poder en el mundo del nuevo capitalismo entre los que tienen mucho y los que apenas tienen nada tienen su traducción en las relaciones entre hombres y mujeres relatadas en el porno. La pérdida de comunidad y el debilitamiento de la empatía y de la solidaridad de las sociedades capitalistas corresponden con la soberanía del deseo masculino frente a la alteridad insignificante que representan las mujeres en el porno.”  

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