Palabras como semillas pegadas a los calcetines

 "¿Dónde residen todas esas maneras de decir, esos acentos y esas palabras de nuestros antepasados que nunca pudieron aprender escribir?... [M]e gusta creer que todo sigue ahí, latiendo, dormido, en el lugar que dejaron... que las partículas tienen memoria, que los cuerpos y las palabras de los ausentes dejan estelas y huellas en el espacio." Y así, para hacer visibles esos surcos, esas marcas, para dejar testimonio, María Sánchez ha ido coleccionando palabras que no figuran en ningún diccionario y que florecen de un modo de vivir y de mirar (la vida rural), tan rico como diverso, al que su profesión como veterinaria rural, su pasión por el lenguaje y la poesía, y sus antecedentes familiares le han brindado acceso. Para que, cual pergañas (o saetas, o zaragüelles, o abrojos, o caillos) se nos vayan pegando a los calcetines y las vayamos esparciendo por el mundo. Y con ellas, una mirada amorosa, cuidadosa y valedora sobre esta vida. Con sus cascabillos (las capuchas de las bellotas), colodras (esos recipientes confeccionados a partir de un asta de bóvido), caos o pequeños arrullos que llevan el agua, bajo la oriscana, como en algunos lugares llaman a la última luz de la tarde. Y que ojalá nos ayude a que aprendamos a cosirar, esa noción entrañable que María descubrió en Aragón y que  viene a decir "dar una vuelta para comprobar si las personas, los animales y el huerto están bien o necesitan ayudas o cuidados". Almáciga (Un vivero de palabras de nuestro medio rural) es un libro maravilloso, tan interdisciplinar como la bibliografía que lo inspira (Haraway, Nancy, Berger, Farrojzad), tan sugerente como un paseo por una falsa o desván donde se guardan las cosas del huerto y los aparejos, o una charla con un pastor transhumante. 

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