Todo el mundo lleva un libro en las entrañas

 
“En mi mundo ideal, los elementos esenciales serían: papel, una pluma estilográfica y el cuerpo de un hombre. Si quiere, después de hacer el amor, puede reponer la tinta de mi pluma”. Estamos en Islandia, en 1963, y habla Hekla, que tiene veintiún años y nombre de volcán. Ella quiere ser escritora en un país en el que, según un dicho islandés, “todo el mundo lleva un libro en las entrañas” (aunque sólo la mitad del mundo parece tener la oportunidad de publicarlo… ¡spoiler!). Así, casi todos los personajes escriben: un novio de Hekla, un pedante con ínfulas de poeta; su mejor amiga —atrapada en una existencia solitaria de madre y esposa— que registra su limitado mundo; su padre campesino, que apunta cada día los datos meteorológicos entre los que a veces se cuela algún otro acontecimiento, como la muerte de su esposa. Hekla es joven y guapa y el corro de varones de ideas cansinamente sicalípticas y mano suelta que la rodea en su trabajo insiste en que se presente al concurso de belleza de la isla (Miss Islandia se llama la novela en la versión original). Sólo Jon John, el mejor amigo de Hekla con el que acaba mudándose —un homosexual atormentado que sueña con crear vestuarios para el teatro mientras trabaja en un pesquero y recorta las noticias sobre Martin Luther King— entiende que debe ser escritora. Corren, ya lo dije, los años sesenta y sale La campana de cristal y El segundo sexo, están a punto de asesinar a Kennedy y cantan los Beatles: las cosas, afortunadamente, están a punto de cambiar.
Hekla es uno de esos personajes femeninos de Auður Ava Ólafsdóttir (Rosa candida, La mujer es una isla, La excepción): bragados, tenaces, sensatos. Aunque las condiciones sean adversas, decide y se mantiene, se crea a sí misma como las islas que nacen del mar cuando entra en erupción el volcán. Acabo La escritora (¡qué final!) y pienso que tras el tono tan alejado de todo dramatismo y sensiblería, que tras los breves capítulos sinuosos hay tanto más de lo que parece que ahora mismo lo volveré a leer.

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