Un vasto campo de cómplices


De Lola Lafon había leído La pequeña comunista que no sonreía nunca —una magnífica reinterpretación del personaje de Nadia Comaneci, entre la recreación y la ficción— y Mercy, Mary, Patty, donde toma como punto de partida la historia del secuestro de Patricia Hearst. Zozobrar, en principio, no está basado en un caso verídico, aunque bien podría serlo: en los años ochenta, Cléo es una joven procedente de un barrio periférico de Paris, obsesionada por la danza. Los medios de sus padres no alcanzan para continuar su formación. Entonces aparece una misteriosa mujer que dice representar a una fundación y le brinda la posibilidad de una beca. Para ello, la adolescente debe mostrar su valía ante un selecto jurado de hombres de cierta edad… Cléo, incapaz de “cumplir” con las exigencias de los abusadores, se convierte, en cambio, en colaboradora de la trama. Treinta y cinco años más tarde, al calor del movimiento #MeToo, un tándem de documentalistas trata de reunir a algunas de las víctimas de aquella historia: mujeres cuyas vidas han estado marcadas por el trauma, pero también por el silencio; por la vergüenza; por la traición. “Cómplices”, es el título de la traducción alemana. Porque la división entre culpables y víctimas no es tan simple; en medio, hay todo un vasto campo de encubridores, colaboradoras, que lo son de forma activa o por omisión. Novela polifónica que a ratos se lee como un relato policial y que indaga con mucho conocimiento en la pasión y la miseria del mundo de la danza que la autora conoce tan bien. Y, de nuevo, en los (ab)usos y manejos del cuerpo de las mujeres. Lola Lafon tiene cosas que contar y lo hace con una gran complejidad iridiscente. La que refleja su propia biografía.

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