Complejo, ancho, sinuoso: como la vida

 

Cuando durante semanas no saben nada de mí porque no nutro este blog con nuevas entradas, no piensen que me ha pasado algún mal (aunque podría ser). Que estoy sucumbiendo ante los encantos hipnóticos de las series policiales de HBO o filmin (que también). Que me he enamorado y tengo la cabeza llena de pájaros (harto, harto improbable). Piensen, sobre todo, que sigo leyendo incansable, en silencio, pero que ninguno de los libros catados me ha parecido merecedor de darles noticias de él. Algunos los empiezo y se me caen en la página diez. Otros en la cuarenta. O en la ochenta. Otros los termino, pero… pfffff. Y entonces. De repente. Una “clásica”, consagrada, que no requiere para nada de mi apoyo o entusiasmo, me restaura la fe  y me recuerda que esto, esto sí. “Esto” es la vida de Rose, una chica de los arrabales de Hanratty, una población pequeña del Ontario rural en los años cincuenta, contada a través de una serie de ¿relatos?, ¿capítulos? entrelazados que siguen un orden cronológico a lo largo de cuatro décadas, con grandes lagunas en medio. La madre de Rose muere cuando esta es pequeña y el padre se vuelve a casar, con Flo. La casa, el ambiente, es de pobreza. “La pobreza no era sólo miseria, como la doctora Henshawe parecía creer, no era sólo privación. Era tener esos feos tubos fluorescentes y enorgullecerte de ellos. Era hablar a todas horas de dinero y hablar con malicia de las cosas nuevas que la gente se había comprado y de si las pagaban o no. Era encenderse de orgullo y envidia por algo como el nuevo par de cortinas de plástico, imitación encaje, que Flo había comprado para el escaparate. También colgar la ropa en clavos detrás de la puerta o poder oír todos los ruidos del cuarto de baño. Era decorar tus paredes con una serie de refranes, tanto piadosos como joviales o un poco subidos de tono…” ¿Quién te crees que eres? es un libro inédito de 1977 y la “clásica”, consagrada, la que me ha restablecido el gozo de leer, es la inmensa Alice Munro. Seguimos los pasos de Rose, su relación de antagonismo (y, eventualmente, de amor) con la madrastra; sus años de escuela y universidad (Rose destaca y consigue seguir estudiando con becas); su matrimonio malogrado con un joven de familia rica que parece incomprensiblemente fascinado por ella; su vida nómada como actriz, enseñante y presentadora de televisión; sus diversas relaciones amorosas posteriores, a cual más patética. Pero no importa, claro, porque aquí no se trata del qué sino del cómo. Con qué sutileza psicológica plasma Munro los andares de su protagonista, con qué perspicacia su desubicación (“Un halo los envolvía” dice, refiriéndose a Rose y los becarios de la universidad, “un espantoso halo de afán y docilidad.”) Con qué cruel clarividencia, su poco boyante trayectoria amorosa (“…pensó que el amor te despoja del mundo, y tan infaliblemente cuando va bien como cuando va mal… la sorpresa fue comprender que si ella quería, si exigía tanto que todo estuviera a su alcance, sólido y rotundo como aquellos platos, tal vez no fuesen el desencanto, las pérdidas, la disolución de lo que había estado huyendo, sino del revés de esas cosas: la celebración y el impacto del amor, el deslumbramiento. Aunque eso fuese una certeza, no podía aceptarla. De las dos maneras te arrebataban algo: un resorte del equilibrio íntimo, unas migajas secas de integridad. O así pensaba ella.”) Y sin embargo: nada es monolítico, nada esperable. Todo es complejo, ancho, sinuoso, como la vida. Munro en estado puro. Que se dice pronto.

Comentarios

Entradas populares