Pequeñas (grandes) desgracias sin importancia


¿Puede una novela que habla de las tendencias suicidas de una parte de una familia ser cómica? ¿Puede una situación hospitalaria con una tía a punto de ser intervenida a corazón abierto y una hermana recuperándose de sus heridas tras haber ingerido lejía y haberse cortado las muñecas provocarte carcajadas? La respuesta es sí, siempre que la autora se llame Miriam Toews y el libro, Pequeñas desgracias sin importancia. En múltiples entrevistas, Toews (canadiense, de origen menonita, de la que tal vez recuerden Ellas hablan —inspirada en el caso verídico de los abusos sexuales sufridos por una serie de mujeres de una comunidad menonita boliviana—) admite sin ambages el trasfondo autobiográfico de su novela. Que Elfriede y Yolandi son los trasuntos de su hermana y ella misma, vaya. Que los conflictos morales que plantea la novela (¿debo ayudar a una persona amada a morir si este es su mayor deseo?) son por los que ella pasó. Yolandi, la narradora, es de las dos la alocada, la que en apariencia lo ha hecho todo mal y ha acabado a los cuarenta y tantos con un hijo y una hija adolescente de sendos padres ausentes. Profesa un amor descomunal hacia su hermana, la perfecta, la pianista superdotada que, sin embargo, periódicamente trata de quitarse la vida por lo mucho que esta le pesa e igual que lo hizo el padre de la familia. Y del mismo modo en que esta estrafalaria Estirpe se divide en algunos de gran riqueza y otras sin blanca, los atormentados suicidas tienen su contrapartida en unas (mujeres, básicamente) con una fiera voluntad de torear la vida y exprimirla, venga como venga. Ternura (a raudales) sin empalago; sabiduría sin petulancia; dramatismo sin afectación; comicidad, pero siempre con amor y respeto; unos personajes llenos de imperfecciones que es lo que, al fin y al cabo, los hace queribles. Hace tiempo que no he disfrutado tanto con una novela.

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