Que planche Rosa Luxemburgo

 


Una mujer —casada con un poeta y madre de una hija— plancha, hace la compra, cocina, quita el polvo. Pero también fuma, lee, delibera, escucha música con gran perceptibilidad. Invoca recuerdos que componen su vida: la muerte del padre, siempre. El exilio. Las amistades argentinas. Las palabras de escritores célebres que vienen al encuentro de sus reflexiones. La renuncia que marca su vida. (Le hubiera gustado tener un jardín, luego lo rebajó a una terraza, y al final se contenta con unas macetas que se marchitan cada tanto.) “Toda su vida había sido un empeño loco para conseguir que las cosas durasen y no había regateado en el precio, sabía que le iban a cobrar y decidió pagar… sin preguntar. Pero era mentira… Le habían cobrado, eso sí, pero las cosas no duraban.” No tiene una vida propia, concluye.  “Vamos a ver, ¿tú has ido alguna vez a los Mares del Sur? ¿Has tenido eso que llaman una aventura…; vamos, un adulterio como Dios manda? ¿Has hecho deportes de invierno? ¿Has estado en Paris?... Y por último: ¿has hecho la revolución? Es eso. A ti lo que pasa es eso: no has hecho la revolución.” Que planche Rosa Luxemburgo, concluye la narradora, y se sienta a tomarse un nescafé. Francisca Aguirre, la autora de estas estampas/relatos/reflexiones, fue una gran poeta; hija de un pintor republicano ejecutado por el franquismo; fue —y que me perdone Eulàlia Lledó— esposa de Felix Grande y madre de Guadalupe Grande. Todo esto viene al caso porque asoma aquí, en estos textitos de indudable corte autobiográfico. Podrán ustedes objetar que se les notan los años que han pasado desde que se redactaran (más de 40) o se publicaran por vez primera (en 1995). Que hoy en día una mujer no se contentaría con su papel de ama de casa (“Creo que has pasado estos últimos diez años viendo crecer a tu hija y aprendiendo a callar”.) Ni citaría exclusivamente a autores masculinos (excepción hecha de Virginia Woolf). Tampoco tiraría la bombilla fundida a la basura general, ni encontraría una cafetería llena de personas que conversan, tranquilamente, sin que nadie mire el teléfono móvil… Confiamos en que ustedes sean capaces de leer con perspectiva histórica y se queden con la tremenda melancolía combinada con una fina ironía de Paca Aguirre, “la poeta de la desolación y la lucidez”, como la llamó Manuel Rico. “Se sentó en una de las mecedoras y oyó una vez más su propia vida contada por la voz del milagro: la infancia, desolada y absorta, el amor, fugitivo y perpetuo, la soledad, refugio y cementerio.” Qué feliz reedición.

Comentarios

  1. Hoy día no hay ninguna mujer que se contente con ser solo ama de casa???? Perdón. Hoy hay miles de vídeos enseñando a las mujercitas a ser las mejores versiones de sí mismas, abrazar su lado femenino, etc.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares