El chirrido de salamandra moribunda de la bicicleta

 


“Sentí deseos de gritar para que alguien viniera… Tuve verdaderos deseos de gritar. Sólo que nadie me habría oído. Allí únicamente estábamos, lo sabía, la farola, mi bicicleta, con su chirrido de salamandra moribunda, y yo. Ninguna de las tres sabíamos nada. Y si alguien viniera y yo le dijera: «¿Qué es de un niño vivo en el vientre de una mujer muerta?»…” Cuando hace un tiempito leímos Génie, la loca, hablamos de su atmósfera de “tristeza y abatimiento”, de su “belleza escalofriante”. En El día de asueto —anterior a la citada—, Inès Cagnati incide en muchas de las coordenadas de Génie: el mundo rural, la indigencia, la compleja y anhelante relación con la madre. La protagonista y narradora, esta vez, es una adolescente que procede de una casa de desoladora e infecta pobreza (ambiente que Cagnati debió conocer bien), pero que, gracias a su espíritu despierto y una entregada maestra, estudia en un instituto. Hasta allí la acompaña, sin embargo, el estigma de la pobreza: cuando las demás visten blusas a cuadros de color rosa, ella no tiene más que un feo y remendado babi verde; cuando estas llegan a la escuela en los coches de sus padres, ella pedalea sobre su fiel y cochambrosa bicicleta. Su voz es una voz rebelde, de despecho, de enfado, bajo la que asoma la inmensa herida que acarrea, de saberse diferente y falta de tantas, tantas cosas. Cuando en su día de asueto vuelve a la casa y sólo sale el padre, para ahuyentarla con violencia, sabemos las lectoras que algo terrible ha pasado. Sigo pensando que Cagnati es una escritora extraordinaria que se lee con una gran congoja.

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